Resistencia

Y el celular sonaba incesantemente, mientras mi sueño profundo era interrumpido por mi compañero de asiento, que avisaba el llamado. Mi cansancio diario hacía que utilizara el colectivo como dormitorio, mi asiento como cama y el vidrio de la ventanilla como almohada, para dormir plácidamente, sueños profundos:
- Gracias, dije a mi circunstancial acompañante.
- ¿Hola, hoolaa, quien es?. Pregunté insistentemente ante la negativa de mi aparato de emitir sonido alguno.
Di por terminado el intento de escuchar quien llamaba, sabiendo que si era por algo importante, lo repetirían.
El insoportable trinar del celular se hizo otra vez presente, ante la mirada amenazante de algunos pasajeros.
- ¿Hoolaa, hoolaa, quien es?
- Luis; Luis Varela. Contestaron del otro lado.
Quedé conmovido por unos segundos; es que Lucho era mi amigo, al que no veía desde el '79 cuando se tuvo que exiliar en Europa, porque lo corrían los milicos.
- Lucho querido, ¿cómo te va hermanito del alma, donde andás?.
- Acá en Bruselas, a punto de partir para Argentina. Respondió Luis.
- ¿Venís para acá Luchito?
- Sí Fede, mañana estoy a las 10hs. en Ezeiza.
- Bueno, mañana a las 10 estoy ahí. ¿Venís solo o con la familia?.
- No solo, voy a una Convención por un día y me vuelvo.
- Que pena, ¿un día solo?. Dije apesadumbrado.
- Si Fede, aunque si veo la cosa mejor, en cualquier momento pego la vuelta.
- Bueno chau, nos vemos mañana.
- Chau Federico, hasta mañana.
Mi humor cambió y mi sonrisa se hizo presente. Si hasta le dije a mi acompañante desconocido, que era "el Lucho", mi amigo que vive en Bélgica.
Durante todo el día de trabajo estuve imaginando el reencuentro. No me importó mi rendimiento laboral, ni los corrillos sobre la posible reducción de personal, ni el hecho de no tener un centavo en el bolsillo. Todo eso era normal y ya estaba acostumbrado.
La novedad era lo que modificaba mi humor. El volver a ver a mi amigo.
Noche de sueños, de infancia y adolescencia. Noche larga de insomnio.
Y el momento llegó, pedí el día en el trabajo y dinero prestado a mis viejos. Tomé un remís y partí a buscar a Lucho, al aeropuerto de Ezeiza.
Diez de la mañana y por los parlantes se anunciaba que el vuelo procedente de Bruselas, había aterrizado.
Treinta minutos después, por la puerta de salida, aparecía la figura estilizada y prolija de Lucho, con quien me estreché en un interminable abrazo debidamente acompañado con el llanto de alegría y nostalgia de veintidos años sin vernos personalmente.
Cuantos momentos pasaron por nuestras cabezas, buenos y de los otros. Cuantas cosas habían pasado en el país, la nueva Democracia, el Juzgamiento de la Dictadura, la debacle económica, las elecciones, la corrupción, los cambios de moneda, el poder eternizado, la Justicia lenta, el terrorismo islámico, las alianzas electorales, los golpes económicos; cuantas cosas en menos de un cuarto de siglo.
Lucho estaba igual, mejor dicho, mucho más europeo; con su idéntica figura y una mayor prolijidad.
En contrario yo, más gordo, con menos pelos y cambios productos de los años y la vida en el tercer mundo.
El aeropuerto era un caos, justo en ese instante se realizaba una asamblea de los trabajadores de la línea aérea de bandera. Cosa que intranquilizó al hasta entonces sereno y europeizado Luis.
- ¿Que pasa acá, Fede?.
- Es una asamblea de los empleados de Aerolíneas. Respondí.
- ¡Esta Argentina!, ¿cuando será la hora que empiece a privatizar sus empresas estatales?. Esbozó inocentemente Lucho.
- Aerolíneas ya no es más estatal, la compraron los españoles.
- ¿Ah sí, no sabía nada?
Y es verdad que no sabía nada, se notaba en la expresión sorprendida de su rostro.
Desde el convulsionado aeropuerto y con poco equipaje, partimos en remís rumbo a la Capital. Mejor dicho hasta un lujoso hotel, donde se hospedaría Lucho, con todos los gastos pagos.
Acompañé a mi amigo hasta su lujosa suite y luego de cambiar su ropa, decidimos ir a caminar por el centro de la ciudad.
A medida que pasaba la charla, Lucho iba interiorizándose de los inconvenientes económicos que vivía el país. Que la mejora en algunas cuestiones viales, de infraestructura y de servicios; contrastaban con las penurias económicas con las que convivían los argentinos.
Ingresamos en un café de Avenida de Mayo y procedimos a sentarnos junto a un gran ventanal. Desde allí podíamos observar la fisonomía de la clásica avenida, su gente, su tránsito.
En medio de una de las tantas anécdotas contadas por el querido amigo, sobre las bondades del primer mundo, notamos que el pesado tránsito del centro había desaparecido y que la histórica avenida parecía una peatonal.
Los ruidosos bombos que se escuchaban de fondo, cada vez estaban más cerca y de pronto cientos de personas, en su mayoría humildes, coparon la totalidad del pavimento y las veredas. Allí Lucho con total asombro, preguntó:
- ¿Y esto que es, otra marcha de trabajadores de Aerolíneas?.
- No Luchito, estos son piqueteros.
- ¿Piqueteros?. Preguntó sorprendido.
- Sí, ahora le dicen piqueteros, son desocupados que piden trabajo y que muchas veces son utilizados por activistas de izquierda y derecha.
- ¿No entiendo nada, no están en Democracia, no votan cada dos años?.
- Sí Lucho, pero esta Democracia no es perfecta y vos sabés positivamente que en la Argentina, el problema es cultural.
- Es que estaba creído que habían sacado con los votos al Presidente anterior y a su nefasto equipo económico. Replicó Lucho.
- El presidente anterior está preso. Respondí
- ¡A que bueno!. ¿ Y el Ministro de Economía también?.
- No, el Ministro de Economía de aquel gobierno, es el mismo ministro de economía de este gobierno. Traté de aclararle, confundiéndolo aún más.
- ¡Ahora entiendo menos!. ¿El ministro, no era peronista?.
- No, el gobierno accedió al poder diciendo que era peronista, pero el ministro nunca lo fue.
- ¡Ahora entiendo!. ¿Era radical y por eso esta ahora?.
- No tampoco, Lucho, tampoco es radical.
- ¡Ahhh, cada vez entiendo menos, viejo!.
Y no era para menos, tantos años fuera; en un país tranquilo de primer mundo, organizado, con estabilidad político-económica, y volver a tu país para encontrar esto.
En un momento, su vista se fijó en una persona que llevaba un bombo.
- ¿Che Fede, ese no es Cacho?
- Sí, Lucho.
- ¿Pero ese no era ñoqui del Concejo Deliberante?
- Sí, pero ahora maneja los "planes trabajar".
- ¿Que son planes para dar trabajo?.
- No, son subsidios que se entregan a la gente que no tiene trabajo.
- ¿Ah, son ñoquis?
- Algunos sí, otro hacen tareas en los municipios.
- ¡Que mal que está todo, Fede!. Allá, en Bélgica, al despedido le dan un subsidio, pero con la condición que busque un nuevo empleo o que se capacite.
En ese instante suena el teléfono celular. Era mi sobrino, que llamaba para avisarme que había llegado un telegrama a mi nombre y me preguntaba que hacía.
- Abrilo, Joaquín, ¿de donde es?.
- De la fábrica, tío.
Un frío recorrió mi espalda. No imaginaba que podía tocarme. O en realidad lo imaginaba y no quería aceptarlo.
- ¿Y Joaquín, que dice?.
- Que cagada tío, "que prescinden de tus servicios y que estás despedido".
- ¡Uy Dios, que joda!, ¿y ahora?. Pregunté buscando una respuesta.
- ¿Qué pasó, Fede?. Preguntaba insistentemente Lucho.
- Me quedé sin laburo, soy otro desocupado más de este país.
Ya no tenía sentido seguir charlando, mi ánimo había decaído y la hora de la Convención, a la que debía asistir Lucho, se acercaba.
Me despedí, hasta el día siguiente cuando lo acompañaría nuevamente a Ezeiza.
Nos estrechamos en un fuerte abrazo, y allí vino la pregunta de rigor.
- Fede, pensalo bien, no te apures en contestar. ¿Querés venirte a vivir a Bélgica?. Pero no me contestes ahora, pensalo y mañana hablamos.
- Chau Lucho y suerte esta tarde en la Convención.
Y partí rumbo a mi casa, con la nostalgia de saber que mi amigo se iría y por un tiempo largo no volvería a verlo. Esa nostalgia, que era acompañada con la tristeza de ser un desocupado más, en este convulsionado país.
A la mañana siguiente, luego de pasar otra noche de insomnio, con la compañía de Joaquín, pasamos a buscar a Lucho con un remís, para ir al aeropuerto.
Allí Luis conoció a mi sobrino, que tenía diecisiete años y mientras íbamos en el auto, respetaron mi silencio y entablaron una conversación entre ellos.
- ¿A que grado vas, Joaquín?
- A quinto año de la secundaria.
- ¿Que vas a la tarde?.
- No, a la mañana.
- ¿Y hoy, no fuiste a la escuela?
- No, hay paro docente.
- ¿Qué vas mañana?.
- No, mañana hay Jornada de Reflexión Docente.
- ¿O sea, que recién vas a la escuela pasado mañana?.
- Sí, siempre que se haya levantado el paro por tiempo indeterminado.
Allí de reojo, miré como el querido Luis meneaba su cabeza, como no entendiendo la situación.
Llegamos al aeropuerto y entre la muchedumbre, los bombos y las arengas por los megáfonos; procedimos a despachar el exiguo equipaje.
Al llegar a la escalera mecánica que lo despacharía rumbo a Europa; Lucho, mi querido amigo se despidió de Joaquín y procedió a abrazarme con efusividad de hermano, no sin antes preguntarme al oído:
- ¿No querés venirte a Bélgica, no?.
- No, Lucho, si me tengo que ir así, me muero. Le susurré al oído mientras se prolongaba el abrazo.
- Quedate, entonces quedate y resistí con todas tus fuerzas, te lo digo yo que viví el destierro obligado.
- ¿Y vos no volvés más, no?.
Y mientras subía la escalera mecánica me decía:
- No Fede, cuando me fui exiliado, este país era un caos total. Hoy vuelvo y salvo tu imperfecta Democracia lo único que veo distinto, es que los milicos de la dictadura están presos. Y se perdió en el final de la escalera.
Y allí quedé con Joaquín, que me preguntó:
- Tío, ¿Lucho no sabe nada del indulto, no?.

EDUARDO J. QUINTANA