CONVENTILLOS


Ya no existe hoy en día en Almagro ninguno de los grandes conventillos que se encontraban en Boedo e Independencia (esquina que hoy ocupa la agencia del Banco Nación); el que era conocido como el de "María la lunga", en Castro Barros 433; el llamado "La cueva negra", por la casi totalidad de sus inquilinos, que era gente de color. Dos fueron los inquilinatos de esta característica: el de la calle Liniers, frente a Venezuela, en los primeros años del siglo, y el de la calle Venezuela 3376, en los días de la segunda década. También vivían algunas familias de negros, en humildes casitas -sin revocar- de la calle Bayona 2°, entre Belgrano y Venezuela. Conventillos los había igualmente, en Victoria (H. Yrigoyen) 3630 y 4350, así como en Rawson 551, con salidas por Cangallo y Cuyo, que resultó el inquilinato almagrense de mayor número de habitaciones, pues contaba con 98 que ocupaban 400 personas. Y podríamos decir, válidos de memoria que nos trae, así como el cromatismo de su imagen, el recuerdo de su gente un tanto jaranera, fue el de más ruidosa alegría lo era el que se levantaba sobre la esquina noroeste de Victoria (H. Yrigoyen) y Liniers, frente a la carnicería que ocupaba la esquina del mirador de Lnage, y haciendo cruz con el almacén de dos puertas esquineras, de cuyo mostrador se retiraba el trozo de hielo y los porrones de vino y cerveza, con los que se obsequiaba a los invitados al jaleo en casa de Frascuelo, nombre que respondía al inquilino de mentas en aquel lugar. Con su amplio patio en alto, que daba a las dos calles, cerrado por una barandilla de hierro, baja, que remataba en el pilar junto a la pequeña escalera de entrada. En los días de 1900 estaba totalmente ocupado por numerosas familias de las provincias andaluzas, que acostumbraban convertirlo en el Corral de María Pepona, dado que allí se contaba con elementos y actores propios de la zarzuela, sin que faltaran las emuladoras de la "niña de los Peines", con sus acompañantes "bailaores" y "tocaores" de guitarra flamenca a todo primor. Y allí eran de admirarse el repiquetear de tacones y castañuelas, y el de seguir con el nudo en la garganta, la voz en alargada angustia del que se lucía con el más puro "cante jondo", suspirando con la fuerza potencial de la "granadina", con el quejumbre arrastrado de la "malagueña", con el ¡ay! Hecho clarín, de la "petenera", y las honduras emocionales de las "seguiriyas".
A este conventillo, que fue famoso por el alma de la copla que lo diferenciaba de los otros vecinos y, en ocasiones de trifulcas, se pasaba subiendo varios escalones por la parte de Victoria.

Fuente: El barrio de Almagro (1968)
Autor: Ricardo M. Llanes