CINES DE ALMAGRO


En la época brillante de la cinematografía mundial el barrio de Almagro se destacó por tener dentro de su superficie ocho salas que le dieron un colorido especial a la vida de sus habitantes, que encontraron en ellas un motivo de esparcimiento cómodo, de costo accesible al bolsillo medio y de mucha atracción en aquellos días.
La sala principal fue sin duda el cine Roca, situado en la avenida Rivadavia 3753, que fuera sucesor del antiguo cine Presidente Roca pues, mientras éste era de construcción antigua con techos de chapas, aquél fue construido especialmente contando con un moderno edificio y equipado con modernas maquinarias de proyección.
El Presidente Roca fue comprado en el año 1929 por la empresa Lococo, que lo reconstruyó a nuevo en el mismo lugar, inaugurando su actual edificio con el nombre de Roca cuando corría el año 1938, y estrenando la sala el día 19 de mayo de ese año con el siguiente programa: Variedades - Victoria, mujer y reina, con Anna Neagle - El huracán, con Dorothy Lamour y John Hall - al precio de $ 1,20 la platea, y la actuación en vivo de la gran banda de jazz que dirigía Harry Roy, con su cantante Perl of Sarawaki, que a la sazón se encontraba en Buenos Aires, actuando en el Ópera y que con motivo de esta inauguración se la hizo hacer una entrada en el Roca para enloquecer a la muchachada del barrio.
Todo ello hizo que fuera la sala más solicitada por el gusto del público exigente del lugar y los vecinos de otros barrios que se trasladaban para poder ver los estrenos que allí se ofrecía semanalmente. Eran aquellos programas compuestos por dos películas, variedades y noticiero, en funciones de tarde y noche, donde la familia en pleno podía gozar de un paseo que luego se completaba con una comida livianita consistente en pizza, fainá, empanadas y algún helado, regada con algún chop de cerveza "bien tirada".
La otra sala era el Palace Medrano, un cine ubicado sobre la avenida Corrientes 3974, muy cerca del cruce con Medrano, al cual se derivaba por lo general en segunda semana el estreno que había otro cine como primicia.
Un cine más modesto desde luego, pero que poseía la tradición de identificarse con el barrio, tal vez por su antigüedad, tal vez por estar situado en un lugar muy concurrido, tal vez porque allí hizo sus primeras armas un gordito que tocaba el bandoneón, llamado Aníbal Troilo, tal vez porque allí se concentraba el carnaval exclusivo que vivía Almagro cada año o tal vez porque era punto de referencia.
Pegadito a ese cine, se encontraba otro que no alcanzó ni la importancia ni los años de vida de su vecino, pero que nadie puede dejar de añorar cuando se cita el cine Corrientes, que así se llamaba ese cine que la muchachada llamaba cariñosamente "rasca" y en donde se pasaban películas de "cowboys", o bien películas famosas estrenadas mucho tiempo atrás y que se ofrecían en reposición de a tres, vale decir, un una sola función tres "peliculones", como solían decir los fanas.
Sobre la misma avenida Corrientes 4256, pasando Gascón hacia el Oeste, estaba el cine Hollywood, otro monumento a la distracción y al entretenimiento, muy preferido por la gente joven por el tiempo de películas que exhibía, ya que, seleccionadas y bien elegidas, "pegaban en el gusto" de esa juventud ávida de ver cine, de ver una, dos y tres veces una misma película.
Avanzando por la misma avenida Corrientes 4636, allá casi al final del barrio, cuando se junta con Ángel Gallardo, se encontraba el cine Condal, después Alcázar, con precios módicos y, en el decir de los más jóvenes, un cine "para rasquetas", donde se pateaba "a piacere" cuando el filme no gustaba, o bien se cortaba imprevistamente saltando de un escena a otra, o más bien cuando lisa y llanamente desaparecía del cuadro y se encendían las luces, quedando lo incierto al desnudo y lo ocurrido en el misterio.
Sobre la avenida Díaz Vélez 4141, un poco disimulado y perdido en el favor del público, se encontraba el cine Albéniz, una sala pequeña que daba películas de relleno para evocadores, soñadores o fanáticos que querían volver a deleitarse con aquellas que los habían deslumbrado no hace mucho en otra función de cines más paquetes.
Dejamos casi para el final el cine Almagro, situado en la avenida Rivadavia 3872, de carácter familiar, generalmente brindando programas confeccionados en base a películas nacionales. Una coqueta sala que no hizo ruido entre las exigencias y la moda de la época, pero que cumplió acabadamente con aquello de brindar esparcimiento entre los aficionados que, sin muchas pretensiones, pero con gusto, deseaban ver proyectada en la pantalla chica esa "ilusión de movimiento" que producían los filmes incluidos en su programación.
Cerramos justamente este capítulo con la sala Palacio del Cine, de la avenida Rivadavia 3636, porque fue la última en construirse en Almagro y porque también llegó justo cuando el telón del entusiasmo en favor de la cinematografía bajaba lentamente para dar paso al nacimiento de su futura gran competidora, como lo fue la televisión, que por ese entonces comenzaba a retener en sus respectivos hogares a las familias, por ser una novedad y por un simple razón de comodidad. Esta sala, entonces, por ser la última, no llegó a gozar del apoyo del público, sea por la causa descripta, sea porque no "pegó" en el favor de los habituales a este tiempo de espectáculos y en definitiva no produjo impresión en nuestras retinas como para describirla con exaltación.
Eran otros tiempos, que vivieron con el entusiasmo que la gente dispensó a la nueva industria. Eran tiempos en que la concurrencia era el entretenimiento obligado semanal de todos. Eran tiempos en que le ficción en la pantalla donde se proyectaba el film de turno era un imán a la vocación que cada uno, en mayor o menor medida, tenía hacia el séptimo arte.
Almagro no estuvo ausente, y el número de salas que atesoraba el barrio decía bien a las claras de su importancia demostrando de qué manera ese tipo de negocio proliferó entre la predilección de sus habitantes
La disputa se centró siempre ente la acción, el drama, la comedia y la comicidad. Los gustos se repartieron en las preferencias de cada uno, pero concurrir al cine siempre fue una verdadera terapia para aquel a quién le tocara gesticular, llorar o reir ante ese desfile de imágenes animadas hechas en celuloide.
Los almagrenses, por lo visto, gustaban olvidarse de los temas cotidianos perdiéndose en la fantasía de las películas, aunque en este caso, cuando el rodaje evocativo se va perdiendo en el tiempo y las salas cinematográficas de gran envergadura van desapareciendo lentamente, es bueno recordar la receta de un vecino de Almagro que aconsejaba ver filmes cómicos por los efectos terapéuticos que ofrece la risa, diciendo a cada instante: "Dos películas de los hermanos Marx antes de la comida y una de Chaplin con la merienda...".

Fuente: "Almagro en el intento".
Autor: Omar Pedro Granelli.